viernes, 24 de agosto de 2012

Escoba, militar, reloj

*Escritos en 5 minutos [1]

Me encontraba en el colegio militar y sentía la risa, la burla, la sorna de todos. Yo sosteniendo la escoba bajo el sol desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde. La sostenía en posición de gladiador triunfante, pero no era ningún triunfo este castigo.

Lo peor es que nadie me decía la hora, y yo no podía ver mi reloj, no podía bajar los brazos, tenía que sostener con hidalguía la escoba. Si bajaba por un instante los brazos ya sabía que me esperaba, el coronel haría una señal y me privarían de almuerzo y cena. Peor aún, ese fin de semana -mi tan esperado fin de semana de libertad- no podría salir a la ciudad a perderme con mis viejos amigos. No podría ver a Fernanda, la chica con la que llevaba más de 2 meses en planes serios (como con las otras 14 mujeres anteriores a ella).

Era una tortura, mis brazos estaban tiesos, no había forma de saber la hora, excepto por mi propio ingenio.. ver mi sombra. Podía distinguir las 12 del mediodía cuando mi sombra estaba extinta. Necesitaba saber el tiempo para que mi cerebro no se funda con el sol, mantenerlo despierto. Necesitaba saber que faltaba poco para que acabe mi castigo.

Cuando visualicé mi medio día empecé a contar. Cálculos y más cálculos, llegaba hasta 60, 120, 6 mil y por fin conté mis 8 horas de castigo, abrí los ojos. Me encontraba en el hospital.. sin Fernanda.



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