lunes, 20 de mayo de 2013

Son las nueve

75/80

Tenía su frágil cuellito a mi disposición
mientras me abrazaba en un parque escondido
y se apoyaba en mi hombro más alejado.

Podía sentir la circulación de su sangre,
la temperatura de un ser vivo débil,
pero me sentía al mismo tiempo su protector o su guardián tal vez.

No pude morderla como lobo que ha acorralado a un conejito,
su cabello me distraía, desviaba mi atención:
Sus bucles, su color castaño, su lunar, y yo estaba paralizado.

Tenía sus labios rojos muy cerca y a mi disposición,
y el taxi avanzaba muy despacio cómplice de mis ojos antojadizos.
La miraba sin disimular con frescura de brisa marina,
pero no pude o no quise morder sus pétalos.

Todos sabíamos quién era la cazadora y quien era el preso:
El taxista lo sabía, su madre lo sabía,
la señorita del grifo lo sabía, mi Inca Kola lo sabía.

Tenía su piel de delicado duraznito a mi disposición,
clara como el cuarto menguante que nos observaba,
tibia como la noche, de apariencia dulce como su recuerdo.

No éramos pero parecíamos dos seres del mismo cuento,
jugábamos a contar aviones y yo sentía que iba perdiendo la vida en su mirar,
y ella sonreía, sonreía de mi mirada explícita.

Al llegar, con cada paso perdía segundos que se me escapaban por sus poros,
se escabullían por mis dedos, por más que yo luchaba.
Con mis manos intentaba cubrir el tiempo y también su piel.

Debí caerle en gracia al tiempo esa noche
porque sin avisarme se detuvo en un abrazo
y el mundo se desaceleraba paso a paso.

Y cada paso después duraba años, y cada gesto después duraba décadas,
Y cada mirada después duraba milenios,
Y su sonrisa dura toda una vida.

Eran las nueve, pero parecían las diez del año entrante,
y rebosante de brincos en el corazón escribí más de una canción.
Nadie sabe cuantas canciones escribí en su frente,
ni siquiera ella, ni siquiera el teniente del silbato.

Poco a poco la puerta de su casa más cerca,
Poco a poco la despedida era inminente,
Poco a poco un beso emergente.

-¿Sabes algo? Con ellos nada es coincidencia
murmuraban dos viejos árboles conocidos mientras las luces de su casa se encendían,
frenéticas de alegría, porque volvía la elegida por una constelación más.



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