miércoles, 3 de abril de 2013

Chicas

8/80

Me han preguntado muchas veces por su nombre y nunca se los digo.

Ni a la mujer -no familiar- más importante en mi vida se lo he dicho.
Ni el día en que tuve a la mujer de mi primer cuento completo y concreto. No le dije su nombre ni a cambio de sus mejores movimientos oclusales sobre mis labios, ni a cambio de sus cien grados de temperatura envuelto en papel regalo de piel color manjar y chocolate en pleno verano, ni a cambio de su íntimo secreto, ni a cambio de su flor de porcelana.
Jamás he podido decir su nombre ni cuando le escribo cartas que no envío.
Ni a mi maestra, ni a mi ladrona, ni a mi enamorada que no sabe que un día alguien como ella existió.
Lo que sí hago con ella es jugar con los trocitos de su nombre y su apellido entonces salen combinaciones muy bonitas, tan bonitas como sus pechos de árboles frondosos y sus piernas de nieve europea.
Las combinaciones muchas veces resultan en nombres que sí existen. La llamo Alicia por lo general, pero a veces me sale Alondra, Antoinette o Albania.
La verdad es que su nombre es muy común, debo haber conocido unas cinco mujeres con su nombre, otras diez con su segundo nombre y veinte con su primer apellido. A pesar de que su segundo apellido es algo más rebuscado, nunca he conocido a nadie como ella.
Es ella la protagonista del cuento que nunca quise olvidar, ni cerrar, ni partir, ni botar hasta sentir que todo esté consumado.
No quiero que esto se confunda, es evidente que nunca seremos pareja, nunca firmaremos papeles, nunca caminaremos de la mano por la calle, nunca le cantaré canciones de Andrés, nunca le tocaré la armónica, nunca le prepararé el único plato que he aprendido a cocinar, nunca le presentaré a mi familia en Amazonas -aunque quizás sí a la de Arequipa-.
Es cierto, yo pienso que nunca sucederá nada de eso, pero estoy seguro de que en un punto de nuestras vidas, nuestras almas quebradas y punzadas se fundirán por lo menos por tres horas en un único ser. Estoy seguro, tan seguro como de las galletas morochas que comí hace 3 meses. Yo sabía que sucedería, cuando el deseo es muy fuerte tarde o temprano termina ocurriendo. En este caso el deseo es doble, aunque ella nunca lo vaya a reconocer verbalmente.
Cuando esto ocurra, recaerá la maldición sobre mi de no querer nunca más tocar el cuerpo de otra mujer que no sea el de ella. Estoy seguro de que nuestras pieles fueron hechas pensadas para no estar separadas ni un solo segundo envuelto de caramelo con dulce de leche. No tengo otra explicación del magnetismo que hay en mis manos y mi boca cuando la tengo cerca. No sé si ella será consciente de ello, sólo sé que teniendo la oportunidad de frenar cada uno de aquellos instantes nunca lo hizo, por el contrario los aceleró hasta sacarme de mis límites de control -quizás- sin darse cuenta.
Sólo pido tres horas sin nadie más al rededor, y los dos seremos tan obsesos y obscenos que a pesar de vivir el resto de nuestras vidas separados, sentiremos que estuvimos hechos para jamás salir de la habitación. La escena será tan artísticamente morbosa que el pudor se evaporará con olor a lilas y cerezos. Estoy seguro porque con un dedo en su hombro siento la energía de un relámpago recorriendo nuestros seres y soy capaz de ver como cada uno de sus poros se despierta de un letargo del cual ni ella misma es consciente.
Estoy seguro, lo firmo tal cual, lo dibujo y lo dejo por escrito mientras busco más pedazos de su corazón en mi bolsillo izquierdo imaginando que ella no tiene ni pizca de idea que el mío yace enterrado entre sus colmillos seductores.




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