lunes, 8 de noviembre de 2010

El suenho

Un día sonhé que te volvía a encontrar en el lugar menos pensado -en uno de los acuarios ubicados en el interior de un restaurante de comida taylandesa-. Sonhé que tu me veías, no sonreias, y tomabas la decisión de dejar todo lo importante que tenías entre manos y entre pensamientos por darme el encuentro y continuar con el paseo que nunca pudimos concluir en aquel bosque travieso que no es nada fácil de encontrar.

Ese día me desperté violentamente y de un gran salto me levanté. Alisté mi mochilita roja, alisté mis ojos, alisté mis zapatillas, alisté mis pastillas contra la alergia, y salí rumbo a un acuario. El suenho no era claro. Yo recordaba un acuario en el que nunca había estado, en un distrito por donde nunca había caminado, a una hora donde solía entretenerme con otras cosas interesantes al otro extremo de esta ciudad.

Fuí rápidamente en busca de ese lugar y encontré uno que era exactamente opuesto al de mi suenho. Entré por curioso y pedí un desayuno mientras veía con inquietud todo el lugar. No había senhales de ella, no había senhas ni palabras en los letreros que me dieran pistas de su existencia en ese habitat.

Al finalizar mi desayuno, también se había acabado mi espíritu impulsivo y decidí regresar un poco triste y un poco solo a mi morada acalambrada. De pronto, al atravesar el último acuario del lugar -el de los pecesitos payaso- vi a traves del cristal el perfil luminoso de quien yo había estado llamando a gritos con mi mente y mi órgano interior color rojo oscuro con forma de punho que nunca para de trabajar -ni siquiera los feriados-.

Iba acompanhada de su madre, quién nunca había llegado a conocerme. Me miró y yo quedé paralizado ante su media sonrisa con 3/4 de esperanza. Pedí una gaseosa morada, pedí un papel y un lapicerito verde. Escribí su nombre completo con letra de impresión e imprenta, y debajo a una pulgada y media de distancia el mío con letras minúsculas y tenues. Doblé el papel formando un bonito avioncito, dibujé en el ala izquierda una chalinita de aviador, y en la otra un corazón..pestanhé 2 veces, sonreí..y lo lanzé hasta donde ella se encontraba senhalando sutil e imperceptiblemente un espejo.

En ese momento el avión -excelentemente dirigido por la suerte y la buena fortuna- aterrizó suavemente a lo largo de su brazo derecho extendido hasta llegar a su mano. La miré con mi mejor mirada de felicididad -no hubo necesidad de esforzarme- y ella viró su mirada hacía mi dirección, miró a su madre en 1 milisegundo de parpadeo interminable, guardó el avioncito con su mejor sonrisa sin dejar de mirarme, y regresó su mirada demorandose lo necesario para no olvidarme dentro de aquella escena.

La efímera brisa que entró en ese momento al local produjo que su cabello se moviera levemente y en ese preciso instante me pude percatar con asombro, intriga, y un poquitín de desolación: No era ella y sin embargo sonreía como si realmente lo fuera.

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