No
era un super-héroe, la motivación de sus acciones no era la justicia, ni la
moral. Simplemente quería golpear y ser golpeado, atacar y ser atacado, pegar y
ser pegado, sacar sangre y que le saquen sangre. Quería un desahogo, necesitaba
una excusa para liberar su energía atrapada desde varios meses atrás. Quería
eso, quería ver herida y carne viva expuesta. Quería revancha. Estaba al límite
de la razón.
Salía
de su departamento cuando empezaba a oscurecer. Su departamento celeste que
cuidadosamente acomodó por semanas como un calco de su casa antigua. Salía y se
perdía de inmediato. Solamente llevaba consigo cinco monedas de un sol, su
celular más viejo con el número más fácil de aprender, su DNI, su carnet del
seguro de salud y una máscara roja en el bolsillo trasero. Vestía siempre un jean
celeste pegado y viejo, zapatillas para correr plomas con pasadores rojos, y
una camisa oscura con un polo blanco siempre limpio por encima de sus
peculiares cadenas.
No
era un super-héroe, pero caminaba super-rápido. Iba por las avenidas menos
transitadas acompañado de la oscuridad y miraba a todos lados como un
vigilante. Cuando veía un borracho o una pandilla haciendo algún desorden sabía
que no debía dejar pasar la oportunidad de golpear, de envestir, de sentir el
placer de ocasionar moretones. Es un hecho que en más de la mitad de las ocasiones
él salía muy mal parado, pero eso poco o nada le importaba. Esa era la única
razón por la que siempre llevaba su carnet del seguro junto a su DNI y también
la explicación de porqué en una de sus cadenas tenía un dije de acero quirúrgico
donde estaban grabadas cada una de sus alergias (siete químicos diferentes en
total). La sed de acción no le quitaba ni por un segundo su esencia de
precaución.
Habían
pasado casi tres meses desde que empezó a hacerlo y ya tenía cuatro cicatrices
en la frente, seis puntos en la ceja izquierda, un pómulo hinchado hacía dos
semanas, cortes en el brazo y moretones en las rodillas. A pesar de todo, terco
como él mismo, seguía saliendo. Seguía porfiado como una mula en busca de
peligro, de aventura, del goce de una buena pelea y un buen desahogo. No había
nadie que le diga que se detenga. Simplemente abría la puerta, salía, saludaba
al vigilante de turno, entraba a alguna calle con poca luz, se ponía la máscara
y empezaba su solitario patrullaje.
Hubo
una ocasión en la que caminaba por el centro de la ciudad, en medio de la pista
pues la hora lo permitía y se percató de un grupo de dos jóvenes con una señora
siendo asaltadas por tres delincuentes probablemente drogados. Sólo uno de
ellos llevaba cuchillo así que no lo pensó dos veces y a pesar del dolor de sus
rodillas fue corriendo hacia los inadaptados para golpearlos sin preguntar.
Estaba tan furioso que al primero lo dejó en el piso sangrando con un solo
golpe directo a la nariz. Ni siquiera se detuvo a mirarlo, le pateó la
entrepierna al mismo tiempo que otro trató de tumbarlo al piso. Con una
agilidad como si tuviera cinco años menos lo esquivó y le dio una patada que no
causo gran mella en el sujeto.
Eran
dos contra uno, el tercero había quedado inconsciente pero respirando a un
costado de la pista. Sin embargo, no era la primera vez que se encontraba en
esa situación. Ni siquiera era la primera vez que estaba en la mira de un arma
punzo-cortante. Pero sí era la primera vez en que las víctimas se quedaban en
la escena sin salir corriendo asustadas. No podía permitir que la cordura lo
invada, necesitaba esa energía extra que brinda la adrenalina para salir de la
situación sin la necesidad de emplear su carnet del seguro como en tantas
ocasiones pasadas.
Hizo
lo más absurdo, se tomó el bolsillo izquierdo de la parte de atrás de su jean
con la seguridad de un bandido, de un perro, de un zorro, de una mordaz ave de
rapiña. Miraba fijamente y avanzaba despacio, como si tuviera detrás un sable
samurái o la guadaña de la muerte misma.
Quizás
la hora, quizás la seguridad de su mirada debajo de la máscara roja o quizás
nunca se sepa, pero lo que ocurrió luego fue que ambos delincuentes lo pensaron
dos veces antes de acercársele. En realidad sólo lo miraban y él a ellos, a los
ojos, con una sonrisa de desquiciado, de seguridad, los ojos demasiado abiertos
para ser un ser humano que no había consumido sustancias tóxicas, sin
parpadear, sin una gota de lágrima que se forme. Miraba fijo a los dos miserables
y a sus pares de ojos, avanzando despacio hasta estar a menos de un metro de
distancia.
Abrió
la boca con los dientes apretados sin parpadear, y en el instante que tensó el brazo que tenía
detrás como haciendo el ademán de desenvainar el arma de aire, la ficción de
espada, la guadaña imaginaria. Ambos delincuentes dieron un salto hacia un costado
y se fueron caminando rápido volteando el rostro de vez en cuando. Él gritaba
improperios, palabras que sólo había oído en las calles de su antigua casa,
donde se juntaban los narcos a diseñar sus planes, donde se peleaban las
pandillas de las 5 esquinas. Donde aprendió a pelear, de donde no sentía ni un micro-gramo
de vergüenza. Gritaba con un furor tan sobrenatural como si su corazón
estuviera incendiándose dentro de él.
No
alcanzó a oír las palabras de la señora, sonaban como de agradecimiento, ni los
detalles del llanto de una de las jóvenes, la más escandalosa. Sin embargo, sí
se dio el tiempo y no pudo evitar notar la mirada de la que parecía menor en el
grupo de las tres, de la que no tenía ojeras, de la de los cabellos lacios que
se ondulaban tímidamente con el viento cálido y húmedo de la noche. Las palabras
exactas de la joven fueron: “Yo te conozco” con una leve sonrisa que trataba
sin éxito de ocultar.
Casi
al instante y como si despertara súbitamente de una pesadilla, reconoció la
voz. La miró con ayuda del faro de la madrugada y de la Luna fisgona que era
casi su única aliada por las noches. Luego de juntar un poco los ojos,
comprendió de quién se trataba y con un gesto de sorpresa se le evaporó toda la
adrenalina. Despertó, volvió en sí, reaccionó, pero no se quitó la máscara. Simplemente
le dijo:
-Cuando
la situación se torna difícil solo tienes dos opciones: pelear o morir. Llevo 7
meses viviendo la misma situación difícil y como puedes observar, niña, sigo
vivo… aunque no esté a tu lado.
Esa no fue la última vez que se vieron, pero sí la última noche en que él
uso esa máscara burlona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario