lunes, 20 de septiembre de 2010

Re - Cuerdo

No he muerto
y sin embargo para ti soy un fantasma,
una ilusión que no es capaz de evitar el escalofrío que has sentido al recordarme.

No he muerto
y sin embargo estoy moribundo y desvaneciéndome de tu imaginación,
soy sólo un recuerdo añejo de una hoja seca cayendo muy lentamente del árbol de tu casa.

No he muerto,
pero me desvanesco y tu te vas olvidando de mi sin preocuparte de ello.

No he muerto,
pero se acerca el punto exacto en el cual dejo de existir en tu mente y soy reemplazado por nuevos hechos y nuevas formas de vida.

No he muerto,
pero a veces lo desearía.
Siempre he creido en la existencia de aquel viejo ave que renace de sus propias cenizas: "Erido" creo que se llama.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Esmeralda

Nació exactamente el mismo día en que yo empezaba a entender el significado de la palabra "peligro" en cada tomacorrriente de mi pequeño y bello hogar. Su primera palabra hablada fue su tercer nombre, el más difícil de entender, pienso que ella sólo lo repetía y no intentaba comprender su significado o probablemente estoy -una vez más- subestimando la complejidad de sus pensamientos, sus artilugios y su astucia.

Recuerdo que mi padre, en sus divertidos intentos de enseñarme a hablar, iba mencionando palabras aleatorias mientras yo lo observaba con asombro y admiración. Cada palabra que llamaba mi atención o me parecía poco común, automáticamente pasaba a formar parte de mi diccionario interno siempre atravezando un filtro de sentido y significado de lo que estaba yo aprendiendo a decir y repetir. Fue así que aprendí a decir su nombre a los 3 añitos de edad. Recuerdo que jugaba con su tercer nombre, cambiaba el orden de sus letras formando nuevas palabras, nuevos significados y nuevas emociones sin entender el motivo. Jugué tanto con su nombre que aprendí las 78 combinaciones posibles que se podían formar en 5 idiomas distintos.

Un buen día domingo de un buen año (año 20xx [dos mil + algo], luego de casi desfallecer a causa deuna princesa rana que intentó acabar con mi vida) la vi por primera vez en el mundo real pues yo soñaba con ella hacía 20 o 30 años (incluso antes de nacer). El día aquel, ella -preciosa- me vió y se ocultó detraz de una de sus amigas, mientras que yo -torpe- quedé estupefacto ante ese acto tan simple, tan infantil, tan mágico, tan suyo.


Bastó con una mirada para reconocer nuestros nombres, bastó un acercamiento para llenarnos de besos, bastó una semana para colmarnos de caricias, bastó un mes para construir una estrella, un cohete, un bungalow, una hamaca, una cortina, un gran corazón, una sin-razón, y una ilusión. Ella definitivamente no era la más bonita del mundo, pero para mi ella era la más linda del espacio sideral.

No voy a entrar en detalles de todo lo que vivimos muy cerca del mar, no voy a especificar en que lugares la besé, ni que locuras -de niñito torpe y primerizo- cometí (y sobre todo: dejé de cometer) a su lado. No quiero hablar de toda la felicidad que ella me regaló en esos 21 millones de años que duró nuestra relación. Pero lo que sí podría mencionar son todas sus tretas y todas sus frases únicas y esquivas que me dió, de todos los enemigos y lobos disfrazados de corderos que la rescaté, y de las 4 batallas que tuve que librar para salvarla de sus propios errores.

Esmeralda, al igual que muchas niñas lo han hecho con algún otro incauto, intentó arrancarme la promesa de permanecer junto a ella para siempre (y creo que lo logró). Me despojó de una promesa fuerte, una promesa de amor, para simplemente obligarme a romper mi juramento luego de que decidiera alejarse de mi con un motivo tan caracterítico de niñita voluble que juega a querer con toda su alma a cada personaje distinto y a su vez parecido al molde que ella armó en su cabecita luego de analizarme durante las noches en que permanecíamos inseparables y escondidos muy cerca de su casa.

Lo que más me gustaba de ella era que siempre me hacía sentir especial (y espacial). Siempre me tenía presente en cada decisión (y misión) que tomaba. Cada vez que quería viajar a otra ciudad (o a otro planeta), adquiría un pasaje más para llevar mi corazón en el asiento del costado. Cada vez que salía con su familia, reservaba un sitio más para mi. Cada vez que tenía un compromiso exclusivo no se olvidaba de luchar por una invitación extra para mi a pesar de no pertenecer a su universo de vanidades. Me hizo sentir la persona más afortunada del planeta Tierra, Marte, y Venus juntos.

Es curioso que a pesar de que me haya entregado gran parte de lo que ella es (o fue), haya optado por dejarme a la merced de hienas salvajes, de gatas coquetas, y de ardillas macabras a causa de una decisión que le costó 2 horas o menos tomarla. Nunca entendí como le resultó tan sencillo destruir sueños cuidadosamente armados en tan poco tiempo. Menos entendí por que jamás se le ocurrió aprovecharme al máximo el día en que me dijo lo que sentía. Era más que evidente que jamás nos volveríamos a ver luego de ese momento.

A pesar de que ella ya no me quería, era mucho más que obvio, que nos atraíamos como imanes eléctricos de polos opuestos. A pesar de eso jamás se le ocurrió -con lo demasiado que decía conocerme- que nunca nos volveríamos a encontrar, que nunca volvería a saber de mi, que nunca la volvería a buscar, que sentiría que nunca existí, y que desde esa noche si una vez me recordaba pensaría que fui un sueño y que lo nuestro nunca existió más allá de la fantasía y locura de un letargo largo que acabó cuando ella quizo despertarse.

Estoy completamente seguro de que ella aún tiene dudas de mi existencia, de que ella un par de veces y a escondidas de Él ha intentado localizarme (tengo pruebas de eso). Si no fuera en contra de todos los principios que constituyen la base de mi decisión, le diría que eso es imposible, que yo ya no existo y que tal vez para ella nunca existí. Desaparecer sin importar mi futuro a su lado fue mi propia promesa antes de alejarme de su lado. La dejaría ser feliz y le demostraría que toda la palabrería que utilizó conmigo como una experta en el arte del engaño se iría por el caño a los 3 meses de dejar de saber de mi y estoy casi seguro de que así sucedió.

Así lo hice, la visité un domingo y me dejó salir de su casa sin aprovecharse de ese último momento. Sin aprovechar la ausencia de personas en su sala, pensando que yo volvería a ella cuando ella me lo pidiese. Sin sospechar que esa sería la última vez que vería mi rostro o algo de mi que la hiciera creer que fui algo que sucedió realmente. Ese día recogí de su cuarto hasta el último objeto que llevaba mi nombre y me marché caminando muy triste por haber construido más castillos en el aire que la gaviota más soñadora del continente.

Esmeralda. Probablemente ese no sea exactamente su tercer nombre, han pasado entre 2 y 5 años desde que no sé nada de ella, pero recuerdo (a duras penas) que su tercer nombre llevaba la inicial de mi primer nombre (E) oculto en algún lado. De lo que sí estoy muy seguro es que ella llevaba ese mismo detalle tatuado en el lado izquierdo de su cintura y que es el recuerdo que más me estremece las escasas veces que ahora pienso en ella.